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Durante los últimos años, Paco Bugallo se ha dedicado a crear una vasta instalación pictórica con base en La balsa de la Medusa de Géricault, pieza paradigmática del Romanticismo decimonónico. Esta gigantesca y sobrecogedora pintura sobrepasa la anécdota terrible del naufragio y la velada denuncia de la corrupción en el gobierno francés de la época, que entregó la conducción de la nave a un marinero inexperto. Aun olvidadas las circunstancias y los pormenores del acontecimiento y el escándalo, esta obra conserva toda su fuerza expresiva, toda su dimensión dramática, pues sólo queda la tragedia en estado puro, tragedia sin tiempo ni lugar: la lucha del ser humano por sobrevivir, su desesperación y su esperanza, Tánatos y Eros. Géricault es de esos artistas que tienen como referencias, ante todo, otras obras. Puede quedar para la crónica el hecho accesorio de que haya ido a la morgue a estudiar cadáveres de ahogados, o que haya escenificado en su taller la futura pintura (mandó fabricar una balsa y colocó a sus amigos modelos en las posturas deseadas). Más allá del realismo logrado, hallamos en esta obra, en toda su atmósfera, la cultura de la pintura: los cuerpos inspirados por Miguel Ángel, el movimiento barroco de la composición, la voluntad de otorgar a una escena profana, a un acontecimiento terrible y desprovisto de heroísmo, la dignidad y la nobleza del gran arte religioso. Géricault es heredero de la pintura del pasado, reviste formas antiguas con significados nuevos y, de este modo, da nueva vida a estas formas al tiempo que las vuelve perennes. En este sentido hay fuertes afinidades entre Géricault y Bugallo, y entre ellos y todos aquellos artistas que se acercan a la pintura a través de la pintura (más que de la naturaleza), que salvan imágenes del archivo y las entregan al presente, a veces a la posteridad. Aquí, no deja de ser llamativo que Bugallo esté transformando en instalación una pintura que, antes de ser pintura, fue una "instalación" avant la lettre en el taller de Géricault. Y aunque resulte algo azaroso, por lo diferentes que son los registros y las intenciones, podríamos comparar la "Balsa" de Bugallo con la hiperrealista y tremendista reproducción del cuadro de Géricault, en tres dimensiones y con personajes de cera, que se encuentra en el Musée Grévin (París). En esta evocación, al haber quedado la mera temática, al haber desaparecido esa cosa añadida a la realidad que es el arte, resalta el aspecto horrorífico del acontecimiento, como podría aparecer en un diario sensacionalista. En cambio, en la reinterpretación plástica de Bugallo este aspecto ha sido eliminado de la pintura, de la cual todos los elementos circunstanciales han sido borrados y remplazados por el contraste entre las figuras negras y el fondo verde, retomado al paso de la pintura abstracta. Ya no se trata de unos naúfragos de la Medusa, sino de la humanidad en busca de destino. Y al mismo tiempo, se vuelve a plantear ese meollo del trabajo de Bugallo, ese intento por definir la realidad añadida. A través de estas dos versiones tan distantes de la obra de Géricault, se han escindido su aspecto anecdótico y su aspecto existencial, su vertiente documental y su vertiente artística. A Bugallo le interesan solamente lo existencial y lo artístico. Y el sufrimiento no puede estar ausente: se encarna en esa lacerante fragmentación de los cuerpos sobre las tablas de madera, tablas que evocan los travesaños de una balsa.Géricault había desarrollado un tema profano a partir de los fundamentos arquetipales de la tradición pictórica religiosa. Ahora Bugallo otorga al humanismo de esta obra un aura de espiritualidad religiosa. Así como de un tronco de árbol muerto extrae unas tablas para celebrar la vida del arte, también hace de su instalación una suerte de díptico entre la desesperación y la esperanza. Detrás de la versión de La balsa de la Medusa, en la cual ha eliminado el bergantín que los balseros vislumbraban como símbolo de su salvación, coloca una interpretación del Cristo en el sepulcro de Holbein, yendo de lo particular a lo general. La metáfora parece clara: Cristo es la verdadera salvación. Sin embargo, se trata de un Cristo aún no resucitado, de una figura inaccesible en su bizantino halo dorado, de un madero pintado al fin. También la luz de la esperanza queda envuelta en las sombras de la duda. Federica Palomero |
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© 1999 Francisco
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