Gestualidad y Estructura en la Pintura de Enrico Armas
Por Susana Benko

Perseverar es un verbo que expresa voluntad de superación. Quien persevera, logra sus objetivos más esenciales gracias a su tenacidad. La pintura de Enrico Armas es, además de un acto de fe, la expresión de su más firme perseverancia, lo que equivale decir, que se ha mantenido firme en sus principios. Es éste uno de los aspectos más admirables en la personalidad de Enrico como artista.
Con los años, ha logrado ocupar un espacio como pintor en el escenario plástico venezolano. Ha debido vencer la persistente apreciación de ser escultor sin ser escuchado como pintor. Sin embargo, mientras más se le acondicionaba a aquella clasificación, más se desarrollaba en él su pasión por la pintura. Por ella, aumentó una suerte de pulsión hacia el color. Este se expresa con toda su vitalidad mediante un alto grado de pureza (rojos, azules, amarillos vivos, por mencionar algunos) o bien matizado mediante la más espontánea y arrojada gestualidad. Todo ello indica que estamos, sin duda, ante un artista extremadamente emocional.

Por otra parte, su indagación en la tridimensionalidad no quedó en el vacío. Desde la perspectiva pictórica, puede observarse que en él existe una voluntad constructiva del espacio. En medio de su gestualidad, impera una forma de demarcación, a veces clara, otras veces sutil, producto de su visión compositiva de la superficie pictórica. Sea por planos de color, diferenciados uno de otro; sea por signos o caligrafías, estos recursos funcionan como mecanismo de demarcación.

Esta necesidad estructural no predomina sobre la experiencia sensual que tiene con la materia pictórica. De allí la superficie tan texturada de muchas de sus telas, en la que el pigmento se trabaja densamente sin ahorro de algún tipo de color. Tal vez esto sea herencia de la cualidad táctil de la escultura de la cual Enrico no puede sustraerse. El modelado fue su opción en este medio. Aún cuando esta técnica ya no respondiese a los intereses del arte contemporáneo, lo realizó sin importarle las modas.

Todo ello habla acerca de su condición integral como artista. Dibujante, pintor, escultor y grabador, estudió diseño gráfico y, durante muchos años, la técnica del grabado. Ha profundizado en los procedimientos que responden a sus necesidades expresivas a fuerza de trabajo. Es, en este sentido, un artista consecuente con sus principios. Desde 1992, fecha en que muestra sus primeras pinturas, Enrico ha sostenido su interés por la pintura buscando con persistencia conformar un lenguaje y un universo muy suyos.

De allí su manera de trabajar el color, los signos y el gesto. Son estos precisamente los tres ejes que determinan su pintura funcionando interconectadamente entre sí. A veces, uno predomina sobre los otros. De este modo, Enrico tiene cuadros de fuerte colorido predominantemente abstractos pero en los que sobresalen -pintados o remarcados con la punta de un cuchillo o de una espátula- siluetas de caballos, flores y otros elementos naturales. Todo ello conforma un mundo natural, figurando un paisaje sin querer, en el fondo, representarlo. Al menos no en un sentido estrictamente figurativo. Pese a todo, la realidad de alguna manera está siempre aludida puesto que de ella no puede sustraerse. Enrico siente verdadero placer por la ambigüedad.

Igual puede decirse sobre su tendencia cada vez más enfática en lograr mayor informalidad en la pintura. De lo estructurado y definidamente "compuesto", hay una mayor entrega a lo informe y a lo espontáneo. Hay un deseo de asumir lo caótico como un modo de trabajo, y una forma libre de relacionarse con la materia. Es resultado de una actitud abierta a las dualidades y de aceptarse como un artista sujeto a experimentar, no sólo cambios formales o temáticos, sino a la creación en sí como un proceso que se debate entre lo informe y lo estructurado.

Esta indefinición -voluntaria- le permite pintar con libertad absoluta. Paulatinamente, tal como queda manifestado en sus últimos trabajos, lo sígnico se va fundiendo con lo gestual conformando una sola realidad pictórica. En estas telas las figuras simbólicas -el caballo, la mujer, lo vegetal o lo caligráfico- adquieren mayor resonancia precisamente porque se integran al contexto pictórico que las sustenta. Todo ello es posible luego de años de maduración, trabajo arduo y enorme tenacidad y perseverancia. Una obra que por hacerse todos los días, con esfuerzo contínuo, va demarcando sus pautas y cobra personalidad propia, producto del talento y la originalidad.

S. Benko Caracas, 13-12-2001

 

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